lunes, 14 de septiembre de 2015

El sabio doctor en medicina


El caso más interesante y complicado de los que he resuelto ha sido el de un doctor en medicina. No digo su nombre porque es el de uno de los más afamados y de los que más clientela tienen y le podría perjudicar esta confesión.  
Una mañana me despertaron diciéndome que el gran doctor me rogaba que fuese a verle inmediatamente. […]  
Estudié a aquel hombre. Su vida se dividía en dos mitades. Una, frívola, de descanso, de molicies, de confort, de chaquet, de teatros, durante la que apenas pensaba aun bajo su rostro de hombre sagaz, su rostro engañoso de doctor, y la otra mitad llena sólo de un exagerado sentimiento del deber, dedicada sólo a sus visitas. Faltaban en su vida horas íntimas, independientes, salvadoras, de esas en que todo se asimila, se desdeña o se aprecia por razones entrañables. 
Era doctor de amplias vitrinas donde brillaban todos los objetos de acero, muchos más que necesitan todas las operaciones, algunos para casos que no han sucedido nunca en la vida, casos como los de esas operaciones consecutivas que aun podría sufrir el muerto en la muerte si en el otro mundo hubiese cirujanos. 
Todos los objetos, relucientes, punzantes, agudos, amenazadores, daban un aspecto de gran peluquería y navajería al despacho. Entre todos se destacaban unos enormes fórceps como unas grandes tenazas para el servicio de la ensalada. En su empaque, en su modo de hablar, en su ranciedad vi en seguida su mal y se lo confesé.  
—Usted está enfermo de medicina… Esta enfermedad de usted, un poco del corazón, un poco de la piel, otro poco del hígado, otro poco de anemia, procede de su profesión… Hay que defenderse con una gran fuerza interior de toda profesión, pero de ninguna hay que defenderse tanto como de la medicina, porque es la que más puede estragar la vida y filtrarse en ella […].

Tal vez sea excesiva la valoración del sabio doctor en medicina, irónicamente calificado, enfermo de su profesión y un peligro potencial para sus clientes. Pero no sin razón, de manera preventiva nos pone en guardia ante los galenos: consultar cuando sea estrictamente necesario. Una idea que los galenos reflexivos y sensatos comparten, huyendo de las actuaciones desmedidas, a riesgo de que su opuesto proceder sea el que se califique de inverosímil en los tiempos que corren.

Inverosímil
Trabajo libremente basado en El doctor inverosímil de Ramón Gómez de la Serna
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