miércoles, 27 de mayo de 2009

Música y naturaleza (5): Las melodías fluviales


Los ríos también son elementos de la geografía física que han dado pie a la creación de espléndidas páginas musicales; la sabia que nutre la tierra y que no detiene su curso hasta fundirse con la marina inmensidad, favoreciendo la vida vegetal y animal y, en consecuencia, el asentamiento humano en sus orillas, es algo que los compositores no podían ignorar. Se escuchan voces solistas y cánticos corales alternando en el curso de la armoniosa y, en ocasiones, disonante corriente. Sin detenerse, suenan, indómitos y mansamente, hasta ser abrazados por el mar, otro gran ejecutante. En un estuario sinfónico o en un delta concertante, los ríos afinan del mismo modo, fundidos en lúbrica coda terminal.

Por su difusión y excelencia sonora, dos obras musicales dedicadas a ríos toman un lugar de privilegio: El bello Danubio azul (An der schönen blauen Donau), uno de los más famosos valses de Johann Strauss, que reiterado cada nuevo año ya forma parte del acervo musical común, y El Moldava (Vltava), de Bedrich Smetana, una fascinante descripción sinfónica del río que atraviesa las tierras de Bohemia y Moravia, en la República checa, sonoramente pintado desde su nacimiento en las montañas hasta su majestuosa llegada a Praga.

A parte de estas dos obras decimonónicas, en el siglo XX varios compositores americanos hicieron su ofrenda musical a las corrientes naturales de agua dulce. Ferde Grofé compuso la suite Mississippi, río que enseguida relacionamos con el escritor Mark Twain y sus inmortales personajes, y la Suite del Gran Cañón (Grand Canyon Suite), inspirada en la escarpada garganta excavada por el río Colorado. En Sudamérica, Heitor Villalobos concibió la partitura orquestal Amazonas, embebida del exuberante colorido de la selva brasileña. Y Alberto Ginastera creó el ballet Panambí, su primera obra numerada, que comienza con el Claro de luna sobre el Paraná, río que al recibir las aguas del Iguazú –el de las maravillosas cataratas– marca el límite entre Argentina y Paraguay.

Otras músicas desarrolladas al margen de la música culta occidental también han dado frutos sonoros inspirados en los ríos. Pensemos en culturas lejanas y en la importancia de áreas geográficas que abruman por la inmensidad de sus territorios, como India o China; tienen sus ríos y, por supuesto, sus reverentes. Adentrarse en otros ámbitos obligaría a salirse de los límites de este escrito. Por lo tanto, hemos de conformarnos con el reconocimiento de su existencia.
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«Las melodías fluviales» forma parte de un ensayo publicado en Filomúsica (revista de música culta) sobre las obras musicales inspiradas en la naturaleza: 

Y como muestra músico-fluvial, nada mejor que El Moldava (Vltava), de Smetana, melódico ejemplo del fluir de un río.

«El Moldava»: poema sinfónico perteneciente al ciclo Mi patria (Má vlast, 1874), una fascinante descripción sinfónica del río que atraviesa las tierras de Bohemia y Moravia, en la República checa, sonoramente pintado desde su nacimiento en las montañas hasta su majestuosa llegada a Praga y, finalmente, su unión con el Elba (en Mělník, a 35 km).

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