domingo, 8 de octubre de 2017

Para la isla desierta: Gran Partita de Mozart


Sobre el divino Wolgang Amadeus Mozart (1756-1791), hablamos en el segundo capítulo de Grandes compositores y desequilibrio emocional. Allí decíamos algo bien sabido por los buenos aficionados a la música clásica, que ahora nos puede servir de apunte médico-melódico o patobiográfico mozartiano: 
Fue un niño prodigio entregado a la música desde muy temprana edad, espoleado por su padre, Leopold, músico también, quien lo llevó a una gira de conciertos cuando sólo contaba seis años. De modo que no tuvo una infancia ordinaria, sino entregada desde su más tierna edad al arte musical, circunstancia que habría de repercutir en el desarrollo de su temperamento creador. Por más que Wolfgang Amadeus fuese una persona alegre y extrovertida, que conectaba inmediatamente con las personas que conocía, le costaba mantener relaciones profundas y duraderas; en su incomprensible personalidad persistió siempre un rasgo de infantilismo. 
Ahora bien, la calidad de su obra y la madurez creativa que alcanzó nos revelan la existencia de un genio creador de la música ante el que todos los compositores posteriores han brindado pleitesía. Dominador absoluto del lenguaje musical en todas sus vertientes, Mozart compuso música instrumental y vocal, profana y sagrada, para grupos de cámara y para orquesta, conciertos y serenatas, sinfonías y óperas. Su impresionante número de obras, increíble para tan corta vida, está ordenada mediante el catálogo Köchel, de ahí que cada composición suya lleve un número de Köchel (abreviado K.) en vez del habitual número de opus.

Mozart, retrato póstumo (1819), Barbara Krafft

Desde luego, no podríamos pasar sin muchas de las esplendorosas composiciones de Mozart, como la Sonata para piano n.º 11 (la de la famosa «marcha turca»), el Concierto para piano n.º 21, la Sinfonía n.º 40, el Don GiovanniLas bodas de FígaroLa flauta mágica, el Ave verum o el inacabado Réquiem [grab. AQUÍ]. Pero debiendo elegir una obra para nuestra isla, nos decidimos a llevar una serenata; y no la deliciosa Pequeña serenata nocturna, para cuerdas, sino la maravillosa Serenata n.º 10, para viento, más conocida como «Gran Partita». Es una pieza sublime, escrita para dos oboes, dos clarinetes, dos corni di bassetto, dos fagotes, cuatro trompas y contrabajo (remplazado a menudo por un contrafagot).

De los siete movimientos de la Gran Partita, traemos aquí como muestra el III, “Adagio” [para quienes deseen escuchar una interesante interpretación de la obra completa dejamos un enlace AQUÍ]. Como decía Salieri sobre Mozart en el film Amadeus, la suya era la voz de Dios, la más absoluta belleza. 

***
Para mí, Mozart es la culminación de toda la belleza en la esfera de la música.
No es que simplemente me gusta a Mozart —le idolatro—. Para mí, «Don Juan» es la mejor ópera jamás compuesta.

Mozart no es ni abrumador ni fatigoso. Me seduce, me encanta, me enciende. Cuando oigo su música, me siento como cuando he realizado una buena acción. No podría decir en que consiste esa influencia benéfica, pero sé que existe y es benéfica. Conforme envejezco, le conozco mejor y amo más su música.

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